Esta entrevista se publicó originalmente en 5W, una revista de crónica y fotografía atenta a lo que pasa en todo el mundo, y es reproducida aquí con su autorización. Si quieres descubrir el periodismo de 5W, puedes hacerte socio/a aquí.
“Solo hablas de desaparecidos”.
Se lo recriminan una y otra vez a la periodista Marcela Turati (Ciudad de México, 1974), obsesionada con la memoria y la dignidad, esas palabras que importan tanto y que pesan tanto; obsesionada con la verdad, esa palabra que perdió tanto prestigio; obsesionada por la muerte, esa palabra que en sus investigaciones desemboca en la emoción de las familias, en un impulso por cerrar heridas.
“¿Por qué escribiste un libro tan feo?”
Se lo preguntaron después de que publicara Fuego cruzado (2011), y ella bromea: el libro se quedó corto. Porque después siguió concentrando toda su energía en hablar con supervivientes de la narcoviolencia, en tomar testimonios, en encontrar fosas comunes. Desde 1964, más de 100.000 personas han desaparecido en México, así que hay 100.000 historias por descubrir.
Su periodismo está hecho de una mezcla de investigación, espíritu colaborativo y sentido del deber. Fue una de las fundadoras de la red Periodistas de a Pie y ganó el Reconocimiento de Excelencia de la Fundación Gabo en 2014, entre muchos otros premios. Su última aventura es Quinto Elemento Lab, donde sigue explorando las fronteras del periodismo: después de garantizar mejores condiciones de trabajo y seguridad para periodistas durante años, ahora quiere tejer una red de cuidados.
La violencia que conoce Turati no emana tan solo de los cárteles. “Todos están metidos”, insiste. Los grupos criminales, las autoridades, las fuerzas de seguridad y el poder económico dibujan un mapa confuso, un baile de máscaras en el que unos y otros pisan y entierran a las víctimas.
La entrevistamos el mismo día que da una charla en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) junto al periodista Pere Ortín. El título —“No rendirse: periodismo crítico en México”— parafrasea a Javier Valdez, el periodista mexicano asesinado en 2017 a manos de los sicarios del narcotraficante “Chapo” Guzmán, y que siempre repetía: “Teclear es no rendirse”.
A menudo se dice que México es el país más peligroso del mundo para los periodistas. ¿Cliché o realidad?
Es realidad hasta ahorita, al menos si nos enfocamos en el número de periodistas asesinados. Pero viendo la situación en otros países —con periodistas torturados, desaparecidos…— también se podría decir que está entre los primeros.
¿Cuál ha sido tu experiencia personal? Durante años has estado investigando desapariciones y sufriendo amenazas y coacciones.
A mí y a muchos periodistas nos cambió la vida la guerra contra las drogas que lanzó en 2006 el presidente [Felipe] Calderón, y que nos hizo corresponsales de guerra en nuestra propia tierra. A partir de ahí pasé de ser una reportera que cubría temas de desigualdad, asuntos religiosos, ambientales… a tener que cubrir masacres, desapariciones, desplazamientos o ir a fosas clandestinas. También empezaron a matar periodistas, ya mataban antes, pero se retomaron los asesinatos, y desde entonces no ha parado. Tuvimos que organizarnos como periodistas para protegernos, para aprender cómo cuidarnos, para cubrir eso que no sabíamos cómo se cubría, y después para exigir justicia para los colegas asesinados, sacar gente del país a veces y hacer protestas. De eso ya han pasado más de 15 años, y ahorita lo que tenemos son amenazas constantes a periodistas. La gran mayoría son periodistas locales, mal pagados, que cubren temas políticos, de corrupción o policiacos. Son los más asesinados, pero hay más cosas. Yo he sido blanco del espionaje, por lo menos en dos ocasiones.
¿Del espionaje a través de Pegasus y qué más?
[El nombre de Turati aparece en una lista de miles de números registrados por el software de la empresa israelí NSO, que había contratado el Gobierno de Enrique Peña Nieto].Salió lo de Pegasus [en 2021] pero también aparecí en un expediente de unas masacres que estuve cubriendo, estuvieron un año viendo mis llamadas, adónde me metí, con quién hablé… Pidieron a las compañías telefónicas información de una abogada, de una antropóloga forense y de mí, y también todos nuestros datos personales a Relaciones Exteriores, por estar investigadas por delincuencia organizada y secuestro. Estamos en el mismo expediente de Los Zetas, que hicieron esas masacres, como si fuéramos parte de la banda, y esa fue la manera que encontraron para poder sacar información de todo lo que hacíamos. Lo acabamos de saber, pero esto fue en 2016, los mismos años que lo de Pegasus. Una combinación, salgo en las dos listas. Hicimos la denuncia en noviembre y el Gobierno no ha hecho nada. Me incorporaron al mecanismo de protección a periodistas, pero nada, ahí sigue.
¿De dónde viene el peligro para periodistas como tú? Desde fuera parece que solo venga del narco, pero también están la Policía, el Estado…
El problema de todo esto es la impunidad. No sabemos por qué nos investigan. Lo que la organización Artículo 19 tiene documentado es que al menos la mitad de las amenazas vienen de funcionarios públicos, del Gobierno, de políticos. Todo el mundo cree que es el crimen organizado, pero incluso cuando es así… Hay periodistas que me han contado que han recibido amenazas o han sido torturados por grupos como los Zetas y cuando los soltaron, después de haberlos golpeado, les dijeron: eso es por haber escrito esa nota sobre la corrupción del alcalde. Ahorita en el estado de Guerrero, por ejemplo, hay un caso terrible. Hace apenas año y medio los narcos metieron a todos los periodistas de la zona en un grupo de WhatsApp para darles órdenes de qué tenían que publicar, y si no los mataban. Y justo mataron a uno. Son unos niveles de violencia… Pero después de todos estos años cubriendo desapariciones ya puedo decir que eso no se puede hacer sin apoyo desde el gobierno local o desde la policía. En cada caso que investigas está metida la policía municipal, la estatal, lo sabía la agencia de inteligencia mexicana, lo sabía el ejército, o estaban ahí cerca… De pronto ves que gobernadores de esas épocas están siendo juzgados en Estados Unidos. Es bien difícil decir qué es el crimen organizado. Hay una mezcla. Y el problema es que cada vez que matan a un periodista el Gobierno presenta al sicario, pero nunca a quien lo contrató, a quienes están detrás, a los autores intelectuales. Por eso nos quedamos siempre en las mismas.
¿Cuánto daño han hecho las series de televisión y el cine con la glamurización del crimen organizado?
Se ha glamurizado tanto el narcotráfico… Primero se empiezan a hacer todas estas series, entrevistan a sicarios y cuentan ellos por qué matan, hasta dan una receta de cómo disolver cadáveres. Yo entiendo que eso llama la atención, pero nunca se les confronta con lo que hacen. Incluso cuando son los juicios al Chapo y otros solo se les pregunta por las drogas, nunca se les pregunta por dónde están los desaparecidos, por a quiénes mandaron matar, por los defensores de derechos humanos, por los periodistas asesinados. Entonces tus juicios solo se basan sobre dónde tienen sus propiedades, sus casas. Pasa también en las notas. Se presenta su vida como en la serie Narcos. Me gustó la serie Narcos: México para entender a esos, pero nunca están reflejadas sus víctimas, no se refleja el daño que se hizo. En cada entrevista o documental tendríamos que tener esa parte del daño que hicieron, y no ponerlos como personajes glamurizados.
Eso es exactamente a lo que tú te dedicas. A contar qué pasa con esas víctimas, con los desaparecidos. Más de 100.000 personas han desaparecido desde 1964, según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas de México. Tú has hecho especiales, has hecho coberturas en profundidad…. Hablamos de “desaparecidos”, pero ¿qué hay detrás de esa palabra en México?
Nuestra tragedia se potencia con la estrategia de la guerra contra las drogas. Estados Unidos presiona siempre a los países, pero aquí el presidente [Calderón] quería declarar esa guerra y tenemos unos niveles de violencia que no han bajado desde ese momento y que se refleja en fosas clandestinas, en desapariciones, en homicidios, desplazados, asesinatos a periodistas… Ha habido una involución en el tema de las desapariciones. En 2011 el Movimiento por la Paz, que era un movimiento de las víctimas, recorrió el país y se pedía por los asesinados; de hecho lo convoca un poeta, Javier Sicilia, al que le habían asesinado a su hijo, y se empiezan a dar cuenta en el camino de que en todos lados donde llegaban se sumaban personas con carteles de personas desaparecidas. Cuando lo empezaron a televisar la gente se dio cuenta de que era un problema muy grande. Se empiezan a descubrir las grandes fosas, la de San Fernando… La desaparición de migrantes es un tema que me obsesiona, llevo diez años reporteando sobre eso. De repente hay una explosión de fosas y surgen personajes que atrapa el Gobierno y que dicen que están disolviendo en ácido sus cuerpos. Empezamos a ver este cambio: antes tiraban los cuerpos en la calle, luego de repente bajan las cifras de homicidios pero empieza a verse que están desapareciendo muchas personas. En 2014 las familias empiezan un movimiento, salen a las calles y se van a los cerros a excavar, en las mismas ciudades cogen picos y palas, se meten en casas de seguridad donde saben que trabaja el crimen organizado, casas donde tienen gente detenida. Entonces empezamos a ver que hay lugares donde ya no hay cuerpos, se empiezan a quemar cuerpos, y luego se usan ácidos, que es ahorita la novedad. Todos los grupos criminales tienen a alguien dedicado a hacer desaparecer. México está sometido a una lucha por territorios. Lo que vimos en la guerra contra las drogas es que, si llegaba el ejército a un sitio, le abría paso a un cártel nuevo que empezaba a disputarle al otro. Metieron en la cárcel a policías que mantienen el crimen. Cuando alguien toma un territorio, se están disputando las rutas. Desaparecen muchos jóvenes, guapas jovencitas o mujeres que después sabemos que las ponen a trabajar, reclutan forzosamente a personas…
Las personas migrantes son uno de los focos de tu trabajo periodístico. La mayoría de las que llegan a México son de El Salvador, Honduras y Guatemala… ¿Por qué hay fosas comunes de migrantes que han sido asesinados?
Porque el otro grupo es el que controla el cruce. Para echarles a perder, para que no les paguen a ellos el dinero que les iban a pagar por cruzar. Les echas a perder el negocio matando a los migrantes. Con los migrantes pasan varias cosas. Una, que alguno sí muere en el desierto. Y aunque se encuentre el cuerpo, tenemos en México al menos 55.000 cadáveres no identificados en las morgues. Es una crisis forense que se detona a partir de esa violencia. Hay también gente que fue enterrada en fosas comunes por el Gobierno. Ahora el Gobierno también creó sus fosas clandestinas, nos dimos cuenta en 2015, pero no sabemos la escala de eso. Un migrante puede quedarse en el camino porque se cae del tren [La Bestia, el tren de mercancías que cruza México y al que se suben las personas migrantes], se puede perder, porque cada vez están más controlados los territorios y son más difíciles los pasos… Llega un momento a partir de 2011 en que los cárteles controlan las rutas y todo lo que pasa por allí. Las rutas de migrantes y las de drogas son las mismas, y eso hace mucho más difícil todo; además de las políticas de Estados Unidos, que hacen que cambien de flujos y que se tengan que esconder más. Un migrante puede ser también reclutado. Eso lo empezamos a ver con la masacre de los 72 migrantes en 2010, en San Fernando. Los Zetas los detuvieron y les dijeron que si querían trabajar para ellos. Les dijeron que no —parecía que había dos que decían que sí— y los mataron a todos. Sabemos que era un mensaje al otro grupo, al cártel del Golfo. Muchas veces los cuerpos de los migrantes han sido mensajes para el otro grupo. Sabemos que en otros momentos los reclutan forzadamente y los tienen trabajando y forman parte del grupo. Y otras veces ha sido para echarle a perder el negocio al otro. Mejor los mato, porque ahí delante el coyote le paga cuota al otro grupo. Que no lleguen. Los migrantes han estado pagando con sus vidas esta guerra.
Según la investigación que habéis hecho, ¿quién hay detrás de la mayoría de estas desapariciones? ¿Los cárteles, el Gobierno…?
De las 100.000 desapariciones, solo hay 36 sentencias por desaparición forzada, que son las que cometió el Gobierno, el Ejército, la Marina. No se investiga. Cuando desaparecen a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, primero dicen que son Guerreros Unidos, porque los estudiantes tomaron sin querer un autobús que estaba cargado de heroína, que iba a Chicago, pero ahora vemos que había soldados presentes, que había policía federal en el perímetro deteniendo los carros para que nadie pasara mientras se hacía el operativo, vemos que está la policía estatal, está la municipal, y que el Gobierno, desde la procuraduría general de la República, inventa que los habían quemado, llevan unos huesos que no son, y vemos a la Marina en unos videos prendiendo fuego y vaciando algo. Eso lo empiezas a ver cuando vas al fondo. Todos están metidos. Hay patrones criminales del propio Gobierno. No podemos decir que las desapariciones son solo de grupos criminales. Lo mismo pasa con los asesinatos de periodistas.
¿Cuál es el papel del periodismo en México? Hay periodistas que publican algo sabiendo que se juegan la vida. Pero no sé si también hay en algunos sectores connivencia con el crimen organizado.
Tenemos grandes problemas, porque el periodismo también está infiltrado. No sabemos ni cómo decirle a esos… porque no son periodistas. Cuando matan a periodistas tenemos que ver siempre quién era, eso lo complica todo, hay que investigar primero si era relacionado con su profesión o no. Las redacciones están infiltradas. Es tremendo, tú vas a dar un taller y de pronto notas una dinámica rara en las redacciones. Nadie habla y al final se acercan y te dicen que los que están ahí son los que dan las órdenes de los cárteles.
Están dentro de las redacciones.
Sí.
Entonces ya ni siquiera es algo público, sino que saben cosas de ti desde dentro. No es solo lo que publicas.
Exacto. Eso se vio mucho en el norte. Los periodistas que van a la escena del crimen muchas veces dicen: aunque no firmes la nota, ellos tienen a otro periodista vigilando a ver quién fue a tomar la foto o quién no fue. Hay periodistas en Veracruz que dicen que están vivos porque se censuraron muchos años. En un sexenio mataron allí a 17 periodistas. Algunos se disfrazan para trabajar. Otros han sido silenciados. Tamaulipas quizá es el peor ejemplo. ¿Cómo pueden hacer periodismo allí si no pueden publicar nada? Los dueños de un medio me decían que un día hicieron algo muy heroico: publicar una foto del Ejército en la portada. Y que se jugaron la vida solo por eso. O publicaron una columna de Savater sobre las drogas que salía en El País. Para ellos eso era ya jugársela. Esos son los niveles. No puedes publicar nada. Por todo te amenazan, van por ti, te torturan. Los periodistas locales no pudieron ir al lugar donde mataron a los 72 migrantes de San Fernando en cinco años, porque sabían que estaba prohibido y que los iban a matar. Y tienes a estos otros periodistas independientes que están tratando de documentar, que van todos los días a la escena del crimen. Yo digo que en el futuro esas notas van a servir. Siento que hasta el periodismo más básico, de registro, es importante. También hay otro periodismo más de investigación, hay periodistas locales pasando información a otros para que se haga, a veces a extranjeros, para que se puedan publicar las cosas. Se juegan la vida en ello. Pero hay una cosa interesante. En los lugares donde han matado a periodistas de investigación respetados y queridos, como Javier Valdez, Miroslava Breach, Regina Martínez o José Armando “el Choco” Rodríguez, han surgido colectivos de periodistas que se organizan para exigir justicia, para entrenar a otros a cuidarse, para dar protección a los demás y para hacer investigación. Las zonas no se silencian cuando matas a un periodista, sino que es algo que hace que surjan nuevos esfuerzos para mantener vivo el periodismo. Es bien impresionante el caso mexicano.
El periodismo es cada vez más un trabajo colectivo. Cofundaste Periodistas de a Pie y luego estuviste en otros colectivos. El concepto de memoria siempre es clave. Estáis construyendo una memoria. No sé si genera frustración que a corto plazo no sirva para tanto, o si miráis más al futuro, con la esperanza de que se pueda encontrar la verdad.
Llevo diez años cubriendo estas masacres en San Fernando, de migrantes y de viajeros. Había muchas cosas que no podía publicar. Todavía no lo puedo explicar bien porque no lo entiendo todo, pero ya puedo poner piezas que ayuden a contar cómo fueron posibles esas masacres. Vamos entendiendo cosas. Atrapan a un gobernador, claro, este fue el que permitió esto… Los asesinatos de periodistas en Veracruz: ahora tenemos al gobernador detenido por corrupción y otras cosas, no por los asesinatos, pero sabemos que su secretario de Seguridad Pública tenía un comando de la muerte y desaparecieron a personas, y sabemos que desde las oficinas del Gobierno amenazaron a periodistas… Cuando matan a periodistas se nos reviven todas las historias… A veces es muy frustrante, pero también tenemos estrategias para acompañarnos. Tenemos que cuidarnos, tenemos que vivir, tenemos que hacer otras cosas, y seguir pensando cuál es el sentido de todo esto, y por qué es importante. Muchos abandonaban el periodismo o se enfermaban, les daban brotes psicóticos. De tanto que cubres, llega un momento en que estás tan metido en una zona de guerra y te amenazan una, dos, diez veces, y ya ni sabes distinguir el riesgo, porque lo normalizaste.
¿Y tú cómo estás? Has estado durante años hablando con las familias, buscando a los desaparecidos. Tu propia seguridad se ha visto amenazada. ¿Cómo te sientes?
Yo tuve un periodo muy fuerte, me tuve que ir del país a pedir una beca [Nieman, en Estados Unidos] porque ya no podía tomar ni un testimonio más. Me he dedicado desde 2008 más o menos a cubrir lo que llamamos víctimas de la violencia, sobrevivientes. Estaba en Periodistas de a Pie y hacíamos aquello de ayudar a periodistas en riesgo, y ahí sí que fue un cortocircuito, porque empezaron a matar a periodistas indiscriminadamente, teníamos que sacar a gente del país, teníamos gente en la casa escondida. Fue muy fuerte cuando mataron al periodista Rubén Espinosa. Pensábamos que esto servía, él estaba confiado en que estaba protegido, y lo mataron en Ciudad de México pese a que estaba pidiendo ayuda y decía que lo seguían… Cuando regresé de la beca, en 2017, fue justo cuando mataron a Javier Valdez y Miroslava Breach. Yo había tenido una amenaza, había tenido que salir del país un mes, y ahora me hacen sentido muchas cosas, lo de Pegasus y lo del expediente. No era paranoica, me pasaban muchas cosas que no me sabía explicar. Le quitaron el disco duro a mi computadora en la redacción de la revista en la que trabajaba. Pero siento que ahora este trabajo en colectivo al que siempre le he apostado y las redes que se crean salvan vidas. Ahora estoy en un periodo en que quiero más, tengo nuevos proyectos como poner una casa de cuidados para que los periodistas puedan descansar. Tenemos que hacer cosas más creativas. ¿Cómo llegamos a la sociedad? La gente no entiende por qué matan a tantas personas en México. Es como hablar desde el fondo del mar, no te entienden. Hay que pensar más cómo hacemos esos vínculos con la sociedad.
¿Sientes que en México hay una guerra no declarada? O no convencional.
Sí, la definición… Lo de México no está definido. No es Colombia, que era un conflicto armado interno, no es una guerra civil, no es una invasión. México es un limbo, se quedó sin definición, y al Gobierno le conviene que no la haya. Realmente no se entiende y nosotros tampoco lo entendemos. Cada vez que matan a un periodista es como empezar a jalar hilos para ver por dónde fue, qué pasó, qué publicó… De pronto te das cuenta de que a un periodista lo mataron porque al alcalde le molestó que publicara que había hoyos en la calle. El caso mexicano se ha enquistado, ya son demasiados años. Este año llevamos 11 periodistas muertos, y hay otros que no se cuentan porque se habían dedicado un tiempo a otra cosa. Estamos tratando de explorar nuevas formas, pedir diferentes cosas, que haya un grupo internacional que investigue los crímenes, de expertos independientes. Hacer una Comisión de la Verdad. Traigo eso de hace tiempo. Para entender. Para explicarnos. Para que se sepa.
No te vas a rendir de momento.
No. Ahorita estoy pensando en cómo hacemos para renovar fuerzas, para cuidarnos, pero también para seguir pidiendo justicia. Y en la Comisión de la Verdad.
Recursos adicionales:
Mis herramientas favoritas: Marcela Turati de Quinto Elemento Lab
Consejos para entrevistar a víctimas, testigos o sobrevivientes de tragedias
El enorme desafío de investigar desapariciones en América Latina
Agus Morales (El Prat de Llobregat, 1983) es director de 5W. Autor de No somos refugiados (Círculo de Tiza), Cuando todo se derrumba (Libros del K.O., 2021) y la novela Ya no somos amigos (temas de hoy, 2022). Fue corresponsal para la Agencia Efe en la India y en Pakistán (2007-2012). Se doctoró por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). En 2015 fundó 5W. Ha colaborado con medios como The New York Times, The Washington Post y la revista Gatopardo.