Por medio de entrevistas con GIJN, seis fotoperiodistas de diferentes lugares del mundo describen cómo han enfrentado retos tecnológicos, de seguridad y de acceso para fotografiar la pandemia.
En mayo, el fotoperiodista David Goldman veía con incredulidad las noticias, mientras el número de muertes por COVID-19 aumentaba sin control en una residencia para veteranos estatal, en el noreste de Estados Unidos.
La situación se convertiría en una tragedia nacional y un escándalo estatal —con 100 muertes en dicha institución desde el inicio de la pandemia— debido a las pérdidas por COVID-19 de veteranos internados en el Massachusetts Holyoke Soldiers’ Home, muchos de quienes habían servido en guerras tan remotas como la Segunda Guerra Mundial, mientras sus familiares en cuarentena no podían hacer nada excepto preguntar a las enfermeras sobre sus últimos momentos.
De acuerdo con una investigación independiente que se realizó después, la orden de combinar a residentes infectados y saludables en el mismo pabellón fue solo uno de los muchos errores que contribuyeron al desastre.
Cuando los administradores del centro se negaron a darle acceso o a cooperar con él, Goldman —miembro del equipo de fotógrafos de la agencia de noticias Associated Press— buscó menciones de la residencia y el COVID-19 en los obituarios, y contactó a sus familiares en Facebook.
Por fin encontró algunos parientes de los fallecidos, pero no podía contactarlos en persona debido a las normativas de distanciamiento social.
Así que Goldman les propuso un proyecto fotográfico que nunca antes había visto y que no sabía si podría funcionar: proyectar una gigantesca imagen de sus seres queridos en la fachada de sus casas y fotografiar esos murales con sus familiares asomados desde las ventanas.
Ejecutar el plan no sería tan fácil, por ejemplo, ¿cómo iba a iluminar los rostros de los familiares? ¿Cómo utilizar el proyector desde la calle, cuando no podía ni siquiera entrar a las casas de sus sujetos para conectar un cable?
En una entrevista con GIJN, Goldman admite que no tenía ni idea de cómo solucionar estos problemas en un principio y que le preocupaba empeorar el sufrimiento de los familiares involucrados. Sin embargo, su proyecto con una docena de familias de veteranos se ha convertido en retrato digno y memorable de la pandemia en los Estados Unidos.
Alrededor del mundo, los fotoperiodistas han tenido que encontrar estrategias innovadoras para mantener a sus sujetos a salvo del COVID-19, y para acceder y documentar la pandemia durante el confinamiento mundial.
Sus imágenes también están generando impacto. En Indonesia —donde la pandemia causada por el COVID-19 ha sido minimizada por un gobierno aletargado— el fotoperiodista Joshua Irwandi desencadenó una nueva conversación pública sobre los riesgos urgentes de la situación con la imagen del cadáver de una víctima de COVID-19 completamente envuelto por el personal del hospital para prevenir contagios. La imagen fue utilizada por National Geographic en su portada del número de agosto. En una publicación sobre la escena que consiguió 347,000 “me gusta”, Irwandi resaltó el heroísmo del personal de sanidad en Instagram y dijo “yo solo pensé que lo que le pasó a esta persona podría pasarle a la gente que amo, a las personas que todos amamos”. La imagen, que refleja la profunda soledad asociada con la pandemia, también atrajo en un solo día más de un millón de “me gusta” en el Instagram de Nat Geo.
Colaboración con periodistas de investigación
En Perú, el fotógrafo independiente Omar Lucas trabajó con periodistas de la redacción IDL-Reporteros, asociada a GIJN, quienes buscaban probar que las muertes por COVID-19 reportadas por el gobierno estaban muy por debajo del número real.
Las imágenes que consiguió, tras unirse al personal de un crematorio privado y acompañarlos en la recolección de cuerpos de casa en casa, ayudó a reforzar su argumento. Utilizando un equipo de protección individual (EPI), Lucas se aseguró de mantener un radio de dos metros alrededor de su cuerpo, incluso al caminar por pasillos.
“Hubo muchos retos pero el principal fue dejar atrás el miedo y ser capaz de entrar a los lugares donde estaban los cuerpos”, dijo Lucas a GIJN. “No fue fácil, en algunos casos teníamos que esperar al momento exacto para sacar las fotos. Mientras los acompañaba, tuve que utilizar el mismo traje protector que ellos, una buena mascarilla y alcohol para desinfectarme regularmente. La decisión técnica fue llevar equipo ligero y estar siempre preparado”.
“El trabajo con periodistas de investigación se realiza de manera mucho más exhaustiva, sin perder un solo detalle”, continuó. “Creo que la diferencia es que con ellos puedes acceder a espacios que no siempre están abiertos para los medios”.
“Sin contar la máscara para protección y mantener una distancia segura y prudente, hice mi trabajo igual que siempre: creando una relación emocional y empática con la gente para ganar su confianza, entrar a sus vidas y poder retratarlos”, explicó. “Voy lo más ligero posible, con mi cámara y un lente de 35mm”.
Pasó muchos días en el cementerio Belaúnde en el distrito de Comas, al norte de Lima. Aquí, Lucas consiguió una invitación de familiares y amigos de una víctima venezolana de COVID-19 para atender a su entierro.
“Decidieron abrir el ataúd para confirmar que era su familiar el que estaba adentro pero cuando lo abrieron el cuerpo estaba embolsado y… sellado”, recuerda. “La novia del fallecido se acercó y comenzó a llorar, completamente destrozada, mirando al cielo. Fue un momento muy doloroso”.
Lucas tomó otra foto cuando una prima del fallecido intentó hacer una videollamada del entierro con los padres del hombre, que estaban ausentes. Doblada sobre sí misma por el dolor, la prima fue incapaz de continuar la transmisión. “Guardé mi cámara un rato”, dijo Lucas.
Lucas decidió producir una serie fotográfica sobre el impacto del COVID-19 en la comunidad venezolana de Perú.
“Se vieron drásticamente afectados”, explica. “El ochenta por ciento de ellos trabajaba informalmente antes de la llegada del COVID-19 y la cuarentena decretada por el gobierno los dejó sin ingresos diarios para subsistir, así que la mayoría no pudieron pagar la renta y fueron desahuciados. Muchos de ellos, ahora mismo, están regresando a su país a pie”.
Documentó la vida de 34 venezolanos en un refugio de Lima y capturó impresionantes momentos en las calles, como las dos mujeres peruanas que escucharon los ruegos de una joven madre venezolana, Mariela del Valle, quien había sido despedida de su trabajo en un centro comercial local debido al cierre de los negocios por el COVID-19. Las peruanas llevaron a Del Valle a la iglesia de Santa Rosa en el centro de Lima, donde Lucas capturó la imagen de las mujeres utilizando una manta para atrapar comida lanzada por una monja desde una ventana del segundo piso.
Fotografiar desde casa
En París, Thomas Dworzak —antiguo fotógrafo de guerra y ganador del premio World Press Photo— decidió abandonar la fotografía en persona durante la pandemia, después de algunos días de intentar capturar la creciente crisis desde su bicicleta, sin mucho éxito.
Al percibirse como un alto riesgo de contagio y transmisión, decidió utilizar su computadora para tomar capturas de pantalla y fotografías de las juntas virtuales realizadas en confinamiento por medio de la plataforma Zoom, alrededor del mundo; incluyendo algunas en las que le pedía a una enfermera o cuidadora que dirigiera la pantalla en una dirección y dejaba que transmitiera por horas.
Si los periodistas de investigación podían conseguir información clave por medio del teléfono, pensó Dworzak, ¿por qué un fotógrafo no podía encontrar la manera de recopilar imágenes interesantes usando la computadora?
“Desde el principio de la crisis, decidí dirigir mi mirada al interior”, dice. “Pensé, porque todo el mundo está confiando, que todo este mundo se estaba abriendo y lo estaba haciendo en Zoom. Por primera vez, no podía ir [a las escenas], no porque la gente no quisiera darme acceso o porque me bloqueara un cordón policial, sino porque podría estar arriesgando a la gente. Obviamente, las capturas de pantalla de Zoom no son tan buenas visualmente; es un poco plano. Pero puede ser muy interesante”.
Dworzak —el presidente saliente de Magnum Photos— dice que participó en casi cien videollamadas de Zoom durante la pandemia. Aún no ha publicado el proyecto. Sin embargo, durante un memorial virtual en honor a George Floyd —el hombre afroamericano cuya muerte a manos de un policía en Minnesota fue capturado en video— Dworzak notó llamas en uno de los pequeños recuadros de la pantalla. Cuando la extendió, se dio cuenta de que un “bombardero de Zoom” había invadido el memorial con imágenes racistas de una quema de cruces del Ku Klux Klan y capturó la reacción de los participantes antes de que el bombardero fuese expulsado de la reunión.
Dworzak encontró videollamadas abiertas por medio del buscador de Twitter u obtenía invitaciones para unirse a juntas privadas. A veces también consiguió la cooperación de funcionarios de instituciones en Israel, Nueva Zelanda, Gabón y Francia para que dejaran las cámaras de sus computadoras abiertas por horas.
“Fotografié un increíble servicio religioso en Gabón justo ayer en la noche, fue hermoso”, dice. “[Otro] fue una residencia de ancianos en Francia. Inicié una videollamada en Zoom con la directora del centro, le pedí que lo pusiera en medio de su salón comunitario mientras cenaban y dejé que transmitiera por un par de horas. A veces lo movían de un lado a otro. Fue todo muy atmosférico; no era un proyecto fotoperiodístico de profundidad. Sin embargo, me gusta esta manera cinemática de ver cómo se desarrolla la vida”.
Dworzak se limitaba a teclear Command-Shift-3 en su teclado Apple para capturar los momentos interesantes o cotidianos del confinamiento.
Dworzak incluso utilizó videojuegos para captar los personajes de manifestantes en favor de la democracia de Hong Kong, dentro del juego interactivo “Animal Crossing” de Nintendo.
Utilizaba el personaje de un animal virtual en el juego y un traductor; el fotógrafo dice que como jugador novato continuamente estrellaba su avatar contra árboles y edificios al principio pero que los activistas, representados por otros animales, eventualmente lo aceptaron. Dworzak tomó capturas de pantalla de símbolos de protesta para la serie sobre el confinamiento que aún no publica.
“De hecho, conocí a un líder de las protestas de Hong Kong, ambos éramos ositos de peluche”, dice. “Fue una de las cosas más extrañas que he hecho; pero me enseñaron su movimiento de protesta dentro del juego. Tengo imágenes de ositos de peluche cortando imágenes de políticos chinos. En realidad, es una [plataforma] importante y el gobierno chino la ha prohibido”.
Fotografiar la violencia y el brote de COVID-19
En Sudáfrica, el fotógrafo James Oatway prácticamente utiliza técnicas de fotografía de guerra para cubrir la violencia relacionada con la pandemia, a menudo lleva armadura blindada, una amplia insignia de “PRENSA” y toma decisiones tácticas a diario.
Oatway ha captado la brutalidad policial y de las fuerzas de seguridad durante el confinamiento en ensayos fotográficos como este para New Frame, con el que ayudó a probar que la policía estaba realizando desahucios a pesar de que el gobierno los suspendiera durante la cuarentena por COVID-19.
“Mi método es flexible, podrías llamarlo una mezcla entre las estrategias de noticias y de documental”, dice Oatway. “A veces voy a algún lugar respondiendo a una denuncia, otras me junto con ONGs, en ocasiones salgo a patrullar y observar, y te encuentras con unos policías disparando balas de goma a la gente. Utilizaba un chaleco a prueba de balas que decía ‘PRENSA’, porque quería asegurarme de que me identificaran con facilidad como prensa y no sabíamos qué tan estrictos iban a ser los policías. Les dio menos oportunidad de meterse conmigo. Un poco de suerte y un poco de preparación con las fuentes también me ayudaron”.
Involucrarse con la comunidad
La fotógrafa Madelene Cronjé, quien también trabaja en Johannesburgo, encontró que el encierro la forzó a pensar de manera diferente sobre los sujetos que iba a fotografiar e incluso sobre la ética de ofrecer ayuda humanitaria siendo periodista.
Como fotógrafa experimentada con New Frame, Cronjé dice que la cobertura de la pandemia comenzó siendo confusa para muchos fotógrafos sudafricanos, la policía —e incluso los mismos periodistas— no estaba segura si los fotógrafos y reporteros habían sido designados como trabajadores esenciales y estaban, por lo tanto, exentos de las restricciones de viaje y toques de queda impuestos.
“Durante nuestro confinamiento de nivel 5 [la cuarentena más estricta de Sudáfrica] la brutalidad policial estaba en su peor momento, imponiendo desalojos y toques de queda”, explica. “Fue complicado para muchas personas seguir las reglas al principio y la policía estaba enfocándose en áreas con una alta densidad poblacional y tratando muy mal a la gente. Hubo palizas y muertes”.
Cronjé dice que pensar sobre su propia experiencia en la cuarentena la ayudó a formular estrategias para captar cómo la sobrellevaban otros ciudadanos.
“Te obligaba a pensar diferente acerca de las imágenes: te forzaba a mirar por tus ventanas y puertas y pensar sobre lo que genera el aislamiento”, dice. “Nos preguntamos: ¿deberíamos estar sacando fotos? Era importante mostrar lo que estaba pasando pero tampoco queríamos arriesgar a la gente saliendo a la calle. Tenías que luchar contigo mismo: ¿estoy llevándolo demasiado lejos? Y, si no, ¿estoy siendo responsable o perezosa?”
Cronjé, que vive en un edificio departamental en Johannesburgo, se dio cuenta de que los hijos de las empleadas domésticas del edificio estaban atrapados por culpa del confinamiento y debían vivir sus días en un pequeño patio de cemento. Así que documentó cómo vivían estos niños en las áreas de servicio —ya que no podían ir a la escuela o regresar a sus casas, se vieron forzados a jugar, socializar y hacer su tarea en una franja vacía de cemento durante meses.
Entonces, mientras cubría la reubicación de un programa para personas sin techo debido al COVID-19, descubrió negligencia, pobreza extrema y vulnerabilidad ante el virus en un segundo proyecto en las cercanías.
“Me encontré este campamento de emergencia para personas sin techo durante la pandemia en un lugar llamado Wembley —muy bonito, con tiendas de campaña e instalaciones militares nuevas— pero del otro lado de este mismo campo había otro lugar temporal [llamado Wemmer Shelter] que la ciudad de Johannesburgo había instalado hace tres años para la gente que había sido desalojada de edificios okupados”, cuenta. “Ese lugar estaba descuidado y horrible, sin servicios ni sanidad, había un montón de gente durmiendo en la intemperie. Mucho crimen. Y eran casi todos migrantes que habían sido abandonados. Nadie tenía sanitizantes ni mascarillas, nadie había venido a ofrecerles ayuda”.
Cronjé contactó al organizador de una caridad, quien consiguió donadores para ayudar. Estos donantes proporcionaron 400 mantas y alrededor de US$3,000 en despensas para los habitantes del olvidado campamento Wemmer.
Entonces, Cronjé guardó su cámara y empezó a servir comida a los residentes en su comedor público, donde siguió haciendo voluntariado dos veces a la semana durantes un mes.
“Se supone que seas un periodista e imparcial, pero estas personas no tenían nada, se acerca el invierno y había niños entre ellos”, dijo. “Mantuvimos el comedor público durante un tiempo pero después decidí que nos estábamos involucrando demasiado”.
Fotos que erosionan estereotipos
En Washington, DC, la fotógrafa Jacquelyn Martin de Associated Press se enfocó en cómo el COVID-19 afectaba el hambre y el duelo en las “comunidades de color” en las ciudades.
Operando bajo las normativas de sala de prensa para evitar tomar fotos en espacios cerrados, Martin modificó su enfoque y, por ejemplo, fotografió a través de puertas dobles abiertas a un rabino mientras conducía una ceremonia virtual.
Pero, al enfrentarse a un interrogatorio diario sobre el riesgo de infección, terminó por aceptar un “uniforme” para trabajos de campo y rituales de seguridad al volver a casa.
“Cada vez que salía a un trabajo, utilizaba mascarilla y guantes”, dice Martin. “Establecí un régimen después de cada salida —desinfectante de manos, limpiar las cámaras y la computadora con alcohol, bañarme al llegar a casa y lavar mi ropa de inmediato—. Fue una transición difícil no poder abrazar a mi hijo al llegar a la casa antes de bañarme y cambiarme. Si iba a un trabajo y estaba lleno de gente, utilizaba un cubrebocas N95 en lugar de una [mascarilla] quirúrgica y añadía protección ocular a la mezcla. Tenemos suerte de que la AP nos haya apoyado tanto”.
Uno de los mayores impactos del fotoperiodismo de Martin ha sido desafiar algunos estereotipos raciales que han surgido durante la pandemia, incluyendo la creencia falsa de que la gente de color es más vulnerable al COVID-19 porque no están tomando los pasos para protegerse de la infección. “Eso no es lo que vi”, dice.
En mayo, fotografió un funeral —bellamente modificado para seguridad contra el COVID-19— en este ensayo visual.
Y, en las primeras etapas de la pandemia —incluso antes de que las autoridades recomendaran mascarillas— Martin captó la sobresaliente imagen de un niño afromericano de 12 años parado en una cola de un centro de donación de comida al sudeste de Washington, vestido por su madre en un traje de protección Hazmat.
“No habían salido aún las estadísticas que dicen que las muertes fueron más altas en las comunidades negras, pero podías ver a la gente preocuparse cada vez más en tiempo real”, cuenta Martin. “La imagen de Cire es poderosa porque es tan joven y porque es la única persona alrededor utilizando ese nivel de equipo de protección. Su madre no le permitía salir de la casa a menos de que fuera completamente protegido. Siento que esta imagen es una precursora del dolor por el que pasó la comunidad negra en la cúspide del sufrimiento. El [COVID-19] nos ha proporcionado una amplia visión de las inequidades en nuestro país y, por lo tanto, cubrirlo es de vital importancia”.
Las imágenes como puentes
“El reto para los fotógrafos en esta pandemia es que el acceso está tan restringido”, dice Goldman de la AP, refiriéndose al proyecto de Holyoke Soldiers’ Home en el que proyectó imágenes de veteranos en las casas de sus familiares. “Ya era difícil fotografiar hospitales y residencias de ancianos antes por la HIPAA [regulaciones de privacidad de la salud estadounidenses] y ahora se ha convertido en algo casi imposible. Pero sentí que de verdad quería hacer algo” cuenta.
Goldman buscó en Facebook a los familiares que “sobrevivieron” a sus fallecidos según los obituarios y encontró a 12 familias dispuestas a participar.
“Pensé en una serie de retratos de estos veteranos pero lo que también me interesaba era este tema sobre el duelo en la soledad”, dice. “Así que combiné ambos elementos”.
Para que el proyecto funcionaria visualmente, cada una de las 12 imágenes tenía que tener algunas características en común: una imagen de archivo del veterano fallecido en uniforme, tomada mientras estaban en servicio activo; fotos de las diferentes casas realizadas algunos minutos antes de que oscureciera; y los familiares iluminados y visibles desde las ventanas.
Goldman dice que escuchó historias conmovedoras y a veces impresionantes acerca de los 12 veteranos fallecidos mientras sus familias revisaban fotografías viejas y se comunicaban con él por teléfono.
“Según me dijeron, les dio algún tipo de despedida que no pudieron tener por culpa de la pandemia. Fue una manera catártica de por fin tener ese memorial”. —Fotógrafo David Goldman.
Por ejemplo, descubrió que Emilio DiPalma, 93, había administrado justicia de manera silenciosa contra uno de los nazis más destacados de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Habiendo sido enviado a Nuremberg para vigilar a los prisioneros esperando juicios por crímenes de guerra, DiPalma —un hombre callado y humilde— reemplazó el agua de Hermann Göring con agua del excusado, después de que Göring se quejara del agua que se le servía. En una entrevista realizada después, DiPalma recordó que Göring prefería el agua de caño, “y pensé, ‘¡Ja! Lo que tú pidas, cielo’”. O sobre Francis Foley, 84, el soldado, carpintero y devoto padre de cuatro que tocaba canciones de oído y enviaba a las enfermeras riéndo a casa todos los días después del trabajo.
En especial, Goldman descubrió que los 12 veteranos habían sido enormes figuras en las vidas de sus familias y estaba determinado a retratarlos de esa manera.
Cuando el generador no funcionó para su proyector, compró un cable de 100 pies y le alivió descubrir que cada una de las doce familias tenía conectores exteriores en sus casas. Después, Goldman compró una luz simple de pinza en el supermercado, la limpió con desinfectante Clorox e instruyó a las familias sobre cómo sujetarla en el marco de sus ventanas.
“Los familiares casi se convirtieron en mis asistentes de foto e hicieron un magnífico trabajo —incluso moviendo muebles para poder acercarse a las ventanas—”, dice. “Nunca antes había utilizado un proyector. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo; pero sabía que no quería hacer retratos simples de la gente sosteniendo fotos de sus seres queridos”.
Después de cada sesión, Goldman dejaba la imágen gigante proyectada contra las paredes de la casa e invitaba a las familias a bajar a su jardín y mirarlas.
“Me conmovió mucho porque la mayoría de ellos salieron y empezaron a llorar”, cuenta. “Nunca habían visto a su padre o a su madre de esa manera. Según me lo describieron, les dio algún tipo de despedida que no pudieron tener por culpa de la pandemia. Fue una manera catártica de por fin tener ese memorial”.
Mientras tanto, en Perú, Lucas estaba teniendo problemas para encontrar cómo reflejar tanto el número sobrecogedor de muertes por culpa del COVID-19 como el significado de las vidas perdidas.
Dice que la siguiente foto es lo más cercano que pudo encontrar para representar ambas:
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Rowan Philp es un periodista de GIJN. Rowan fue el reportero principal para el Sunday Times, de Sudáfrica. Como corresponsal extranjero, hizo reportajes de noticias, política, corrupción y conflicto en más de dos docenas de países del mundo.