Durante 5 años unas 100 personas participaron de la revisión y procesamiento de 10.236 bases de datos de 592 fuentes de información y documentaron 353.531 hechos para investigar la guerra colombiana. El resultado puede resumirse en otro número escandaloso: 262.197 víctimas fatales en 60 años. Pero es mucho más que eso, es la revisión de historias individuales certificadas una a una para aportar una dimensión más completa de la memoria y del conflicto del país.
¿Quién le hizo qué a quién, cuándo, dónde y cómo desde 1958 hasta julio de 2018? es lo que explica en esencia esta investigación histórica y la lideró un sociólogo de la Universidad Nacional, Andrés Fernando Suárez, de 41 años de edad, quien le ha dado el carácter de hijo al Observatorio de Memoria y Conflicto, del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), dirigido por el investigador Gonzalo Sánchez.
El trabajo de enumerar los hechos violentos ocurridos en Colombia se enfrenta a un primer gran desafío, listar lo que se quiere contar. “Hicimos el informe ¡Basta ya! en 2013 y algunos familiares de víctimas nos dijeron, “no estamos ahí”. Trabajamos, ampliamos y generamos una respuesta”.
La respuesta mide las 46.533 víctimas de acciones bélicas entre los combatientes, las afectaciones a bienes civiles, las 178.056 víctimas de asesinatos selectivos, las 80.514 de desaparición forzada, las 37.094 del secuestro, las 15.687 víctimas de violencia sexual, 24.518 víctimas de masacres, las 1.532 víctimas de ataques a poblaciones, las 748 víctimas fatales de atentados terroristas y 3.686 lesionados, las 17.812 víctimas de reclutamiento de niños, niñas y adolescentes y las 9.597 víctimas de minas antipersona.
Suárez prefiere estar en la sombra. Pero el informe lo obligó a salir a explicar las implicaciones de buscar los datos de la guerra y de aportarle insumos a la Comisión de la Verdad, la Unidad de Búsqueda y la Justicia Especial para la Paz (JEP).
Un Observatorio de la Memoria y el Conflicto sintetiza la historia de la guerra en números y los familiares de las víctimas piden ser nombradas. ¿Por qué hacerlo?
Vimos el impacto público que generó el hecho de informar que fueron 220.000 los muertos, según el informe ¡Basta ya! El dato se posicionó en la esfera pública y la gente fue perdiendo la fuente. Pero lo importante es que la comunidad se quedó con el referente y las explicaciones históricas.
Cuando le entregaron el Premio Nobel al Presidente Juan Manuel Santos nos sorprendió mucho que la presidenta del premio leyera las cifras nuestras. Afuera hay un referente para buscar la información y es el CNMH. Ahí nació la preocupación por documentar más y armar las bases de datos. Una responsabilidad y necesidad. Pero ojo, detrás de cada número hay una historia y un nombre, y toda esa información la tiene el Centro.
¿Cuáles fueron los retos para hacer el Observatorio habiendo tantas fuentes de información del conflicto con datos tan disímiles?
Luchar contra la fragmentación de la información. Que no es solo que esté en muchos lugares, sino las barreras de acceso para compartirla. En Colombia hay una tendencia muy fuerte a privatizar la información. Esa privatización abarca lo público. Hay leyes de protección de acceso, pero a veces se usan vetos para no dar el acceso a la información. Hay entidades que se hacen a una reputación dando la cifra pero no dejan ver cómo la construyeron, de dónde la sacaron. No comparten.
Esas son las fuentes oficiales. ¿Y las de la sociedad civil?
En la sociedad también vimos muchos esfuerzos, pero también fragmentados. Con muchas tensiones, desconfianzas entre las ONG y de ellas con el propio Estado. Tantos datos distintos generan confusión en la sociedad.
¿A lo largo de la investigación qué le sorprendió de las víctimas?
Ver la manera en que las abuelas se aferran a los nietos que nacen, es algo que a mi me interpeló. Sin esa nueva vida que llegó esa persona no hubiese podido seguir. La muerte les quitó mucho, pero la vida que después siguió con los nietos les dio un vínculo con el mundo, un ancla. Lo segundo es que las víctimas encontraron en la religión un bálsamo para la vida, y uno no es quien para decir que no, después del dolor.
Usted participó de la investigación de la desaparición forzada. Más allá del número, de los datos. ¿Qué historias lo marcaron?
Descubrir en los relatos de las víctimas todo lo que ellas hicieron para buscarlos, incluyendo ir a hablar con el actor armado. Someterse a una cantidad de humillaciones. Cómo el actor armado atentó contra la dignidad del familiar diciéndole: “A esa persona no la busque más, nosotros lo botamos al río”. O “ya eres viuda, búscate un nuevo hogar, empieza una nueva vida”. Una sucesión de humillaciones muy dolorosas que no conocíamos. Hay una historia que nunca olvidaré y es que en las zonas controladas por el actor armado este exigía que si un familiar lejano venía a visitarlo, tenía que avisar con antelación para que llegara al lugar sin riesgo alguno. En una historia no le pudieron avisar, lo pararon en el retén y lo mataron. Con un extraño en el territorio no se averiguaba para matar, lo mataban.
Esta historia fue originalmente publicada en el diario El Tiempo y es retomada aquí con autorización.
Ginna Morelo es periodista colombiana, magíster en comunicación, presidenta del Consejo de Redacción y actualmente es editora de la Unidad de Datos del diario El Tiempo.